Amar España, vivir libres
Traduïm un dels articles que més ha triomfat aquesta Diada perquè l'entenguin a Madrid i la resta de l'Estat
PoltòlegCataluña y España viven bajo la misma estructura institucional desde hace, al menos, tres siglos. Hablar de convivencia seria exagerado: políticamente, el proyecto español se ha basado en la dominación del centro de matriz castellana sobre unas periferias a las que, con éxito desigual, se ha querido asimilar. Ciertamente, esta voluntad de dominación no es la mejor tarjeta de visita para tejer una buena relación con quien se niega a ser asimilado. Ahora bien, más allá de eso, en este tiempo de cohabitación, la sociedad catalana se ha injertado profundamente de la cultura española, mediante el contacto comercial o, más directamente, los flujos de población.
Según la encuesta de usos lingüísticos, el 46% de los catalanes tienen el castellano como lengua de identificación y el 55% como lengua inicial. Del resto, prácticamente todos somos plenamente competentes en castellano, casi tanto como en nuestra propia lengua. Es un dato relevante: ahora que nos planteamos afrontar uno de los retos más grandes de nuestra historia, es bueno empezar por amarnos tal como somos. Y esto quiere decir, también, amar la cultura española.
La lengua española, y la literatura, la música o el cine españoles, forman parte del paisaje sentimental de buena parte de nuestra sociedad, de su esfera más íntima de identificación. También de la de muchos de los que hemos participado en la cadena humana. Y no hablo sólo de Machado o García Lorca: también hablo de primos, tíos y abuelos. De la cultura popular, de los sabores y los olores. De las canciones de cuna, los paisajes y las memorias de sufrimientos compartidos. Porque amar España es natural, e incluso inevitable, para una parte muy importante de catalanes: preguntados a finales del 2012, un 57% se sentían próximos o muy próximos a España.
Y eso no es, y nunca debería serlo, incompatible con la voluntad de libertad política para Cataluña: el proyecto soberanista sólo puede tener éxito si parte de la autoestima y pierde los complejos heredados por la tradición, a menudo pesada, de los nacionalismos decimonónicos. Simplemente, sólo hará falta que los catalanes independientes, juntos, encontremos la mejor fórmula para convivir, entre nosotros y con nuestros vecinos, sin relaciones de dominación ni intentos de asimilación.
Hace unos días El País publicaba un artículo de Miguel González, 'Catalunya t'estimo', que contenía una declaración de amor a Cataluña y un lamento por la separación de lo que considera parte esencial de su país. De declaraciones de amor como esta nos llegaran muchas en los meses venideros. También nos hartaremos de desprecios y de insultos, a los cuales, por desgracia, ya estamos acostumbrados. En todo caso, sería un error despreciar las muestras de aprecio y melancolía por la ruptura como hipócritas o interesadas: muchas serán sinceras. Y nuestra estima también. Y no sería mala idea que la hiciéramos sentir: la sociedad española recibe muchos mensajes deformados y negativos sobre lo que pasa en Cataluña, que envenenan una relación que tendremos que cuidar. Porque nos conviene y, sobre todo, porque queremos.